El hedor a carne y huesos quemados se mezclaba con el típico olor del mar profundo. Oculto en la multitud curiosa, veo con tristeza el final de quien alguna vez consideré mi mejor amigo, un final en desgracia, como toda nuestra vida. Su cadáver se encontraba ardiendo junto con todos los otros cuerpos sin nombre que murieron en esta ciudad.
«¿Por qué tenía que terminar así?», pensé, mientras miraba al cielo, buscando un consuelo que no llegaba.
—¿Lo ves, bastardo? Nadie nos extrañará, nadie llorará nuestras muertes. Solo nos tenemos a nosotros, nuestros compañeros, a quienes les confiamos nuestras vidas.
A medida que hablaba, mi voz se iba quebrando cada vez más. Poco me importaron los desconocidos que estaban curiosos a mi alrededor. Tratando de ahogar un sollozo, bajé la mirada hasta posarla en el contenedor en llamas.
—A pesar de eso, aunque lo sabías… mírate ahora. ¡Mira cómo terminaste! Sacrificarte por un… traidor…
Unas horas más tarde me encuentro deambulando por la ciudad, entre edificios a medio destruir y otros recién reparados y pintados. Mi mente está inundada por los problemas que se me avecinan.
«Ahora soy un fugitivo», pensé, con una sonrisa irónica en la cara. «¿Qué me harán cuando me atrapen? ¿Restringir mi libertad?» Eso ya lo habían hecho desde que nací. No, nunca tuve libertad alguna para empezar.
Paso frente a un quiosco. En sus paredes de metal se ven colgados periódicos con el titular de la noticia principal del día: ¡Ganamos la Guerra!, en español y polaco. El lugar del que acabo de desertar, una guerra a la cual llevo dedicándole toda mi vida… Yo no me llevaré gloria alguna. Para mí, esta noticia solo es un recordatorio de mi posición: soy un arma, un arma que pronto será descartada.
Pantallas en los locales muestran las buenas nuevas; hablan sobre la grandiosa destreza militar de la coalición. Un poco atónito, me quedé escuchando a los periodistas hablar con una injustificable seguridad sobre el evento. Fruncí el ceño; mi disgusto por la pérdida se acrecentó por la desfachatez de los medios.
Ahora molesto, además de lo triste que ya estaba, me di media vuelta para salir de allí. El júbilo de las personas que escucharon que la larga guerra finalmente se había acabado me estaba molestando. Necesitaba un lugar donde pudiera aislarme; quería pasar mis posibles últimas horas de vida en paz. Fue con ese pensamiento en mente que me topé con la opción perfecta: un cibercafé.
Entré al establecimiento. Por esta parte del mundo están cada vez más en desuso, por lo que el lugar estaba completamente vacío. No quería que nadie me molestara, así que pedí un privado en el subterráneo. Bajé por la escalera en mal estado; era muy angosta y sus escalones eran altos.
Cerré tras de mí la puerta y la cortina de mi cubículo. Saqué lápiz junto a papel, que le pedí al encargado del lugar, para empezar a escribir mi testamento. Me detuve antes de empezar.
«Me van a confiscar todas mis cosas; no tiene sentido hacer esto».
Fue así como mi testamento se convirtió en una simple carta de despedida para mis colegas y antiguos compañeros de armas, para los pocos que quedaban con vida. Pronto yo me añadiría a la lista de los caídos.
Media hora después ya llevaba 10 páginas. Me sorprendí: parece que tenía mucho que decir.
«Soy un estúpido», pensé.
Me di la molestia de escribirla a mano, esperando que reconocieran mi letra. Ahora solo quedaba hacer copias y enviarlas por distintos medios, esperando que alguna llegara sin ser interceptada y confiscada por nuestros esclavistas, mal llamados superiores.
Escaneé y fotocopié mi larga carta para enviarla por vía digital y física. Llamé a uno de los trabajadores de medio tiempo para pedirle que enviara las cartas por mí a partir de distintos servicios de paquetería. No era una opción salir; ya me había expuesto demasiado con solo ir a despedir a mi mejor amigo.
Fue cuando estaba enviando digitalmente las cartas que un extraño anuncio apareció.
—Ah, mierda, estas cosas tapan toda la pantalla —dije, mientras estaba a punto de cerrar la ventana nueva que había aparecido, pero una frase en ella me llamó la atención.
“Antes de que decidas suicidarte”, decía el anuncio. Un anuncio que hable de suicidio obviamente no es de una fuente legítima; no es algo que sea permitido por los proveedores de anuncios más conocidos. Me reí para mí mismo, aunque nunca pretendí suicidarme, desertar para intentar rescatar a mi amigo se podría considerar un suicidio.
—Es un poco tarde, ¿no?
Abrí el anuncio. La página hablaba basura sobre que este mundo es demasiado cruel y te decía que fueras a otro mundo. Debe ser el anuncio de algún juego. Te estaban diciendo que deberías huir de tus problemas a esta “realidad alterna”.
Nunca he sido del tipo que juega, pero ya que estos son mis momentos finales, le daré un intento. No hay mucho más que pueda hacer.
La página enumeraba muchos ejemplos de tales mundos: un mundo tecnológicamente avanzado, un mundo donde los piratas y sus naves hacen la ley, un mundo antiguo lleno de espadas y magia.
«¿Magia, eh?».
Siempre me dieron envidia los ‘espers’ que podían hacer cosas tan impresionantes y prácticas con sus núcleos. No suena mal experimentar algo así por mi cuenta. Además, si las espadas todavía sirven de algo allí, podré aprovechar mucho mejor mis habilidades con armas blancas.
—Ha, ha, ha, qué ridículo.
Por un momento me había olvidado: es un juego de computadora. Todo lo que yo supiera o fuera capaz de hacer no importaba demasiado aquí. Yo ya estaba imaginándome vivir allí; pensé que estaba resignado a mi muerte, pero parece que aún tengo deseos de vivir.
«¿Qué haría si tuviera otra oportunidad?»
Probablemente mis decisiones no hubieran cambiado tanto; no hay alguna acción mía de la que me arrepienta particularmente. Vivir como un esclavo por tantos años es lo que más me duele, pero pensar que pude no estar allí cuando mis amigos me necesitaban no era algo que me gustaría ver. Mis decisiones seguirían siendo las mismas.
Al final, eso de viajar a otro mundo ya no suena tan mal. Tal vez, solo tal vez, me gustaría. Vivir otras experiencias, conocer otras personas… no quiero rehacer mi pasado. Me gustaría vivir un nuevo presente, un mejor futuro.
Allí me di cuenta de que soy egoísta. ¿Qué pasa con quienes estoy dejando atrás? Ellos seguirán luchando, aunque la guerra se haya acabado; nacieron y fueron criados para eso. Y aun así, yo estoy pensando en irme a otro sitio, dejándolos a su suerte. No, no es ahora cuando soy egoísta; el solo hecho de que haya desertado puso en riesgo la vida de mis compañeros.
—Soy un imbécil. Me equivoqué. Si pudiera elegir de nuevo, ¿seguiría desertando?
Mi atención volvió a la página web del juego. Había varios juegos distintos; al parecer, era publicidad para un catálogo y no un anuncio de un solo juego. Entre todas las descripciones, una de ellas me interesó lo suficiente:
“Un mundo apropiado para que vivas, un mundo donde humanos, elfos y enanos viven; un mundo con humanos, semi-humanos y bestias humanoides. Un mundo donde la espada y la magia serán tu mayor aliado en la exploración de enormes laberintos”.
¿Laberintos…? Recuerdo que Emir hablaba sobre un juego de fantasía en donde recorres laberintos. ¿Será ese? No pierdo nada intentándolo.
Comencé con el proceso de registro en el sitio. Mientras avanzaba, me hicieron elegir entre muchas culturas y países. La siguiente elección fue la frecuencia de las guerras.
¿Un mundo donde los países luchan fieramente entre sí o un mundo pacífico?
—¿Se puede elegir sobre eso también?
No quiero saber más sobre guerras por un tiempo, ni siquiera jugando, así que elegí un mundo pacífico. Otra elección fue sobre si quería un mundo tipo calabozo o tipo campo; intenté elegir ambas opciones, y me lo permitió.
Me preguntaron por el idioma. Había un listado; no conocía ninguno de ellos, así que dejé la opción por defecto. Me enteraré después qué diferencia hará. Supondré que son idiomas inventados para el juego.
Por último, apareció una sección llamada “Puntos de bonificación”.
—¿Será para una ventaja inicial o algo así? ¿Ahora es cuando me piden la tarjeta de crédito? —me burlé con una risa seca.
Sin pensarlo mucho, seguí leyendo. Debajo de una casilla con un número, había un botón para volver a tirar. El número que me apareció fue un 8. Presioné una vez y se cambió por un 20. Miré el resto de la página buscando algún límite de tiradas, pero no encontré ninguno. Probé unas diez veces más y llegué a la conclusión de que no había límite. El número más alto que conseguí fue un 36, que cambió de un azul oscuro a verde.
—No he sacado ningún número de tres dígitos, y 81 no parece el número máximo. Puede que el límite sea 99 —me dije a mí mismo.
Seguí intentando unas cuantas veces más, y después de una hora logré un 96.
—¿Me detengo aquí? No, ya llegué hasta acá. Conseguiré el 99 —decidí con firmeza.
Otra hora de presionar el botón en esa sospechosa página de juego online. Finalmente, logré un 99 que brilló en color dorado, y en efecto, no aparecieron números de tres dígitos. Mi suposición parecía correcta. Con una extraña satisfacción, continué para elegir las opciones de los puntos de bonificación para las características del personaje.
Las opciones no incluían ninguna explicación sobre descargas.
—¿Será un juego de navegador? —me pregunté mientras recorría con la vista la larga lista de opciones.
Al final de la lista estaba la opción “Reiniciar características del personaje”, que costaba un punto.
—Es lo más lógico si no conozco el juego… No puedo equivocarme con la experiencia, ¿cierto? Y puedo cambiar las características después.
Para la experiencia, había dos opciones: reducción de experiencia requerida y aumento de experiencia obtenida. La opción de experiencia obtenida parecía escalar mejor. Los puntos se descontaban a partir de 1 y se duplicaban. La experiencia obtenida seguía la secuencia: x2, x3, x5, x10, x20 y x40; mientras que la experiencia necesaria se reducía de forma similar: ½, 1/3, 1/5, 1/10, 1/20 y 1/40. También había otras opciones, como hechizos de bonificación, equipo de bonificación, trabajo extra y omisión de canto. Finalmente, elegí la configuración que parecía más útil para el inicio: reiniciar características, experiencia x40, experiencia necesaria reducida a 1/20 y 3 puntos en trabajo extra. Con esto, completé los 99 puntos.
—Supongo que puedo tener más de una clase a la vez. No sé cómo funcionará eso de la omisión de canto, tal vez me haga un mago —me dije.
Al terminar de asignar los puntos, inmediatamente apareció una ventana emergente.
¡Alerta!
Has elegido “deshacerte de este mundo y vivir en otro”. No es posible volver a este mundo. ¿Quieres continuar?
Sí / No
—¿Qué es esto? Esto no es el pago por la cuenta.
No me importaba si no era el pago por la cuenta.
Apreté “Sí”.
Alerta final. Es realmente imposible volver. Con todo, ¿quieres continuar?
Sí / No
—Qué insistentes… —dije, apretando nuevamente “Sí”.
¿Eh? Pensé que era solo un mensaje peligroso… Quizá… es…
Sin detenerme a pensar calmadamente, mi conciencia desapareció, como si alguien me arrastrara lejos de todo.